"Alfabetizar no es aprender a decir
palabras sino a decir su propia palabra"
Paulo Freire
No voy a narrar
peripecias heroicas ni cantar un himno a la alegría simplemente voy a relatar mi impresión que no pretende ser mímesis
de la realidad teórica pedagógica intelectual. Comenzaré con mis verdades particulares alejadas de
toda visión políticamente correcta.
El
desdén que me causó atravesar la práctica III, precisamente la instancia escolar,
fue a consecuencia de mi tropiezo con el débil sistema educativo integrado por
docentes sin vocación (de dudosa acreditación) sin compromiso en su disciplina
y de alumnos que no son contenidos ni educados en sus hogares; provistos de
actitudes vandálicas aprendidas del bombardeo mediático que estos adolescentes
degüellen voraces (esto es pura inferencia empírea no se enojen)
Efectuando un giro de aproximadamente noventa
grados hacia la práctica II me sorprendo con una mueca intempestiva, cuán
alejados de la otra realidad pedagógica se situaban los relatos utópicos de una
Atlántida escolar perdida que nos ofrecieron los compañeros que cursaban la
última pedagógica en el período 2012 (la verdad se podrían haber recibido de marketineros).
Yo
quisiera, ahora, estar en su lugar (espero que las profes me elijan) y demoler,
como casita de naipes, sus hazañas de enseñanzas románticas (ojalá que yo les
pueda ofrecer instructivos “militares” acerca de cómo sortear balas pesadas
lanzadas por adolescentes quinceañeros) y allí en ese instante, secuestrados
por la emoción violenta del momento, ni Pichón,
ni Schonn, ni el punzón te rescatan.
O estas con un pie afuera del departamento pedagógico y seguís solamente con la
licenciatura (y “te morís de hambre” como cotorrea el dicho popular) o abandonas la
práctica III que con esfuerzos, méritos y lecturas, lecturas, lecturas y más
lecturas aprobaste cada final para llegar a esta instancia de clausura. O (última
posible opción) te reciclas en maestra sarmentina (aquellas que aprendimos en
política y didáctica) y le asustas con el puntero, en vías de extinción,
colocándoles arriba de sus cabezas (no por favor, acordémonos de la pedagogía
de la liberación).
Sin
más peroratas explotemos el grano. La escuela en la que nos tocó practicar fue
el Instituto Posadas (Sebastopol 3075) Yo en realidad hubiese preferido ejercer la
pre-profesión en mi queridísima escuela Normal Mixta Estados Unidos del Brasil
mis razones son dos: primero por amor y segundo por la cercanía a mi domicilio.
Trágicamente no fue así entonces el
sueño se durmió.
Primero
recorrimos tres cursos a cargo de una profesora suplente-titular
(nunca supe o mejor dicho no habré prestado mucha atención si solamente tenía
algunas horas suplentes y otras titulares alternando otros cursos). Me parece
que recién recuperé la memoria y el 3er año “B”(al que finalmente arribamos)
tenía las horas titulares. Pero esta mención es solo información accesoria.
Como
señalaba anteriormente recorrimos varios cursos (no recuerdo cuales) solamente
que los horarios eran a media mañana (¡grandioso! decía yo para mis adentros
con lo que detesto madrugar) pero fuimos rechazadas categóricamente por
nuestras tutoras.
Recuerdo
patente una exclamación de parte de la docente: -“¡Chicas si finalmente eligen
este curso van a tener un verdadero desafío! ¡Son chicos a los que les gusta
mucho, charlar debatir y si le dan pie no paran!”¿Que habrá querido decir con
la palabra “desafío”?
Según
la RAE tiene varias acepciones. La primera: acción y efecto de desafiar; la
segunda: rivalidad y competencia y la tercera hace alusión a una carta o recado
verbal en que los reyes de Aragón manifestaban la razón o motivo que tenían
para desafiar a un ricohombre o caballero.
Creo que la tercera encajaría mejor al
altercado que tuve con “Nacho”; él tuvo los argumentos necesarios para decirme
verbalmente el motivo por el cual venía a la escuela “solamente a buscar un
título”, es decir, que la educación no le iba de ninguna manera a proveer
alimentos para eso tenía “la empresa de su papá”. Interesante la propuesta para otro tipo de análisis socio-económico
(hubiese sido productivo analizarlo en la cátedra institución educativa, por
ejemplo).
Bueno,
el 3ero “B” fue verdaderamente todo un desafío. El curso estaba conformado en
total por 18 alumnos, la mayoría era de varones que rondaban el rango etáreo entre los 15 y16 años salvo un alumno
repetidor de 19.
Observamos
y registramos un mes. La profesora titular extendió tanto el tema de la
argumentación que no llegábamos nunca a nuestra residencia. Yo ya estaba
cansada, quería protagonismo, me dormía por la hora (las 07:00 am) y además por
la falta de comunicación, ser observadora pasiva realmente es un hastío.
Los temas que le interesaban a los chicos eran
los concernientes a los embarazos no deseados, la profilaxis, el aborto, la
sexualidad (ese era su temática preferida y la mía también, razón por la cual les había prometido traerle la historia de la
sexualidad en las diferentes civilizaciones). Así que comencé a opinar,
levemente, ¡soy profesora, déjenme enseñar me decía!
Mi
entusiasmo pedagógico se fue evaporando a medida que se nos extendía la
observación en un momento determinado me saturé tanto que como acto de rebeldía no registré más. Tanto tiempo
de haber estado con ellos me permitió conocer sus gestos, sus actitudes, quiénes
se levantaban, quiénes querían comprar
siempre “el café” y sus conjeturales respuestas ante determinados temas.
Faltaba extraerle una muestra de ADN y ya estábamos completos.
Cómo les decía, mi entusiasmo se fue agotando
como batería de celular gastado. No así mi vocación al servicio del
conocimiento disciplinar literario.
Aquél
se fue cocinando a fuego lento y se gestó durante varios años previos. Yo
estaba preocupada, cada vez que ingresábamos a un curso diferente, de qué la
profesora me entregara los programas curriculares. Yo sacaba, fotocopias, los
leía detenidamente y veía cuál me gustaba, cuál no, cuáles llenaban mis
expectativas y cuáles me parecían realmente un bodrio. Menos mal que los dos
cursos, primeros, en el que fuimos rechazadas no me convencían del todo. Muchísima
literatura argentina y demasiada literatura latinoamericana para mi paladar.
Finalmente
el contenido curricular del 3er año “B” estaba cargadísimo de literatura
universal y dije ¡Eureka! Voy a aprovecharlo al máximo y sacarle el jugo. Sí,
voy a decirlo a mí me benefició para bien que los autores y algunas temáticas
no fueran enseñadas en la academia, ya que mi canon particular de autores no se
encuentran ni en la biblioteca de la fhycs
ni en el programa formal de ninguna
cátedra.
Todo
fue manos a la obra y realmente un trabajo de abeja reina en su colmena; la
práctica iba a ser mi momento para desplegar diferentes autores con mi criterio y con mi manera de ser literaria.
El primer criterio que empleé fue que nuestra planificación
tuviera una lógica universal. En ciencia ficción lo saqué del polvo de la
biblioteca al amado Isaac Asimov, que me marcó a mis 13 años con una frase para
el collage “La autoeducación es la única
educación que existe”.
Leímos el cuento “El hombre bicentenario” que al principio creí que no iba a tener
éxito debido a su extensión pero fue todo lo contrario, lo quisieron a Andrew
el robot que quería su libertad. Incluso Ismael cuando terminamos de leer
quería saber cómo seguía y que leyéramos la segunda parte (porque realizamos un
recorte). Pero sí les prometí ver la película con Robín William. Cuando la
vimos juntos hubo gestos de emoción, algunos llantos, otros que decían que ya
la habían visto, pero también proyectamos la mitad porque el tiempo en la
escuela, al igual que en la televisión es tirano.
Para
el cuento del siglo XIX elegí el francés Guy de Maupassant que me valió de
grandes recuerdos sentimentales con su cuento “Una aventura parisina” pero en este caso leímos “La muerta” del mismo autor.
Los chicos pudieron relacionar el tópico de la
muerte con las diferentes intertextualidades provenientes de su esfera
cotidiana (video clips, películas, libros, video-juegos), además de opinar
acerca de sus pensamientos entorno a la muerte. En general les parecía algo
lejano, algo inconcebible.
En general les gustó mucho el relato, incluso
sus reflexiones y la producción de sus actividades
tenían aires metafísicos y existencialistas. A pesar de la falta de interés por
la escuela de parte de los adolescentes, pude filosofar con ellos acerca de los
disparadores del cuento que consistían en: la muerte, las verdades y “los
cuernos” como decían ellos.
Para
cuento policial al principio tuvimos en vista una selección de los mejores
cuentos policiales compilados por Borges y Bioy Casares, pero como el cuento
seleccionado al principio era muy largo y ya estábamos a punto de terminar la
práctica elegimos una sugerencia de parte de Cristian, el experto en policial,
entonces me acordé de uno que había nombrado en clase “La loca” de Ricardo
Piglia un cuento complejo pero de mucha actualidad. Me parece que el policial
fue el tema que más los atrapó porque en la evaluación final se leía en su
escritura, crímenes, asaltos, violencia, detectives mezclado con pizcas de amor
(léase en el coloquio final algunas de sus evaluaciones).
El
último tema era el cuento moderno o del siglo XX, allí inmediatamente pensé en
leerles micro-relatos (temática nunca vista en la carrera) allí iban a
distinguir mejor el quiebre del cuento clásico con el posmoderno, aparte que es
un género literario que singularmente, escribo en mis tiempos de ocio creativo.
Entonces
elegí a Franz Kafka el precursor de los mini-relatos. ¡Para qué! Nos los
tiraron por una zanja, nos dijeron que teníamos que completarlo, nos
preguntaron si ellos lo podían hacer, que era una “pavada”, que no les pasó
nada con Franz, y que les parecía insulso. Por lo menos los convertimos en excelsos críticos literarios que podrían trabajar,
tranquilamente, en la sección cultural de clarín. Toda una joyita artística.
En
esta instancia final de mi informe a modo ensayístico haré un diagnóstico de mi
pasaje en el aula con mi distinguido camuflaje de profesora de letras.
Al principio y hasta el final de las prácticas
áulicas hablábamos y enseñábamos bajo una cortina musical de murmullos en voz
alta, leíamos en medio de un escenario de alumnos que no tenían el tapujo de
acostarse a dormir en el banco, poner en altavoz su celular con la cumbia de
moda (divertida para mis oídos y cuerpo) pero molesta en un contexto serio y
profesional, aparte de cuestionar nuestras clases (ojalá tuviera la valentía de
cuestionarles las clases a varios profesores universitarios, pero no me animo
en voz alta).
Mi
compañera con su postura recta, erguida y con un halo de acatamiento inexorable
ponía orden y pedía silencio y en consecuencia respeto (hasta que explotó y
sacó a José y a Nacho afuera, yo no sé lo que les dijo pero volvieron como dos
pollitos mojados, ella sí que tiene carácter) y yo con mi predisposición al
libertinaje (está muy mal lo admito). Realmente no tenía ganas ni era mi
intención recibirme de bruja cachavacha
(cuido mucho mi estética para no terminar de esa manera).
Yo en realidad esperaba de ellos que realcen y
afirmen su espíritu rebelde (tan valioso pero perdido en nosotros, los jóvenes
universitarios) y que ensayen una escritura creativa, experimental, breve que
implicara muchas ideas consistentes en relación con los diversos autores
literarios que presentábamos y que de alguna manera se identifiquen con ellos
para bien, para mal o para la indiferencia absoluta (como intuyo que lo
hicieron).
Esperaba
que se transformaran, en una hora y media, que duraba la clase de lengua en
personas originales, que puedan debatir ideas en libertad sin opresión, sin
velos, sin censuras sin ¡shhhhh! Y que sean adultos en ideales, en convicciones
y que la literatura se convirtiera en una vía de rescate a la mediocridad de la
sociedad.
El bolso no la “mochila” como dirían nuestras
profes de la práctica que cargamos de soportes didácticos fueron diversos:
sopas de letras, pelotas, caramelos, láminas, dibujos, revistas y hasta fuimos
escritoras de ciencia ficción (podemos ser escritoras regionales de una
temática nueva) eso fue lo más divertido y productivo de nuestro ejercicio
profesional (o al menos para mí) me acuerdo aquí una frase del profesor Jacket
de la práctica I cuando nos advirtió el
primer día:-“ si ustedes no lo saben hacer no les hagan hacer a los
alumnos”-Nosotras teníamos que escribir para que ellos puedan encender la
máquina de la escritura ficcional .
Pero
estos adolescentes apáticos no querían jugar, pero sí leer y ser escuchados,
interrogados, alzar su voz. Allí en el diálogo, como nos advirtió la profesora
titular, se disparaba el debate, y por suerte, no se detenía nunca.
Como
adolescentes virtuales, estos chicos están inmersos en una cultura y poseen
diferentes textos (llámese a textos todas las manifestaciones artísticas y
empíricas) que ellos traen consigo resultado del influjo del entorno que los
refugia. Los jóvenes del 3er año “B” crearon y practicaron una escritura
experimental, jugaron a ser escritores, al igual que lo hacen en las redes
sociales que fue logrado con caricias a su subjetividad más honda que, como
docentes amateurs, supimos despertar acercándonos a ellos y dándoles siempre el
visto bueno a sus ideas incentivándolos a seguir.
Este
curso se centró en el diálogo, en voces que no fueron silenciadas, por mi ni
por mi compañera y yo termino (por
ahora) con una frase de mi pedagogo preferido, ya que este ensayo fue un
homenaje a Paulo Freire que viene a cerrar la puerta, por este momento, del
3ero “B” y de las materias pedagógicas “Defiendo
el proceso revolucionario como una acción cultural dialogada conjuntamente con
el acceso al poder en el esfuerzo serio y profundo de concientización”.
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