"No puedes adquirir experiencias
haciendo experimentos
debes experimentarla"
Albert Camus
La experiencia es esa “cosa” o ese “algo” intransferible
que constituye los acontecimientos vitales del ser humano. Pueden ser sucesos
dispersos que, la mayoría de las veces,
nos cuesta recurrir a ellos de forma inmediata y por eso nos valemos de
artificios maquinales como el uso de la fotografía para retrotraernos a
aquellos recuerdos subsumidos en lo más profundo de nuestro inconsciente.También, a
veces, necesitamos de algún otro que nos sirva como espejo vivido que refleje
esas experiencias compartidas que alguna vez marcaron nuestra existencia.
El olvido,
vaya paradoja, siempre está presente en la formación de la experiencia. Si
realizamos un rápido análisis etimológico de la palabra “experiencia”
apreciamos que el prefijo “ex” se refiere a algo que se encuentra “por fuera” o
“fuera de” remitiéndonos anafóricamente al exterior, tal vez, de una o varias
experiencias ajenas a nosotros.
Despojándonos
del sentido común y además del etimológico de la palabra estrella de este
ensayo desmitificaremos todo método o camino simplista de lo que conlleva in situ
la experiencia.
Lo que primero podemos lanzar como dardo a los
lectores expertos y no tan expertos es que la experiencia es lo que nos puebla
en nuestra subjetividad, y es falaz
decir que para nutrirnos de ella
tenemos que salir a recuperarla en el mundo externo.
De eso, está
seguro nuestro autor protagonista de experiencias cuyo nombre completo es Mario
Jorge Varlotta Levrero. Veremos en el corpus seleccionado de dos de sus libros
pertenecientes a la Trilogía involuntaria, el primero “El discurso vacío” y el segundo
“Diario de un canalla, Burdeos” como confiere existencias narratológicas a
situaciones diversas que ha vivido en el Río de la Plata, Europa y en una sala
de operaciones.
En un diálogo
consigo mismo Levrero o Varlotta, como prefieran llamarlo, quiso dar a luz
experiencias indecibles que les ha pesado como cruces cristianas sostenidas en un
solo hombro a lo largo de sus mudanzas: primero de Montevideo a Buenos Aires,
luego de Buenos Aires a Burdeos y por último una muda de cuerpo cuando rozó la
muerte en el quirófano al extirparle su vesícula infectada. Varlotta se halla en el punto nodal de la intersección
entre rasgos comunes expresables y el
carácter inefable de la interioridad individual (Jay, 2009:20).
La
experiencia lo lleva a una incomunicación imparcial en un sentido pos facto en
donde el acto de narrar se convierte en una semántica dotada de significación y
edificación: Escribo para escribirme yo;
es un acto de autoconstrucción. Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando
por rescatar pedazos de mi mismo que han quedado adheridos a mesas de
operaciones(…) a ciertas mujeres… a ciudades…a las paredes de mi apartamento
montevideano que ya no volveré a ver a ciertos paisajes, a ciertas presencias…
Esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida (Diario de un
canalla, 2010:25)
Quiero
arriesgarme a plantear desde el aspecto genérico que las obras “involuntarias”
de Levrero serían novelas épicas. Digo esto siguiendo a Walter Benjamin que decía
que este tipo de narrativa se identificaba con el relator y no con el novelista
(Jay: 384).
Levrero es un
relator, como leímos, no quiere escribir una novela y por eso no quiere que le
fastidien con el estilo ni con la escritura. Varlotta es un náufrago en un
mar vasto de experiencias inefables que lo sitúan fuera de sí mismo pero que
lucha por recuperarlos: Así uno va
escribiendo estas cosas, en principio intentando honestamente hacer un
ejercicio caligráfico, pero a menudo uno se transforma en una especie de
náufrago que escribe mensajes y los arroja al mar dentro de una botella. En
este caso, uno puede contar con la certeza de que todo mensaje llegará a
destino…. Así también me parece adecuada la imagen de exiliado que tengo de mí
mismo desde hace más en Colonia que en Bs As (“El discurso
vacío”,2011:113).
Así escribir
una novela épica es llevar a cabo al extremo aquello que es inconmensurable en
la representación de la existencia humana (Jay: 384)Levrero al igual que
Benjamín accede a entidades esotéricas para contrastar su experiencia.
Estos
residuos miméticos que incluían la astrología, la grafología, el juego infantil
y la danza trascendían las formas experimentales miméticas del hombre moderno.
Pero era la escritura el método por excelencia que revelaba las intenciones inconscientes de quién
escribe y que la grafología ha enseñado a descubrir (Jay: 377)
Levrero
emprende una terapia grafológica con la intención de cambiar caracteres
respectivos al desarrollo de su personalidad, pero esa empresa subjetiva
desembocará en aspectos inherentes al descubrimiento de acciones que se refugiaban de manera
velada y adormecida en su alma: El
discurso se fue llenando con la historia del perro, es un contenido falso… y a
que esos contenidos pueden ser tomados como símbolos de otras cosas más profundas
(…) y ahora me viene a la mente una instancia de hace poco años, cuando levanté
un muro de defensas… quiero decir que fue consciente…. Y esa orden llegó a la
conciencia como cosa de ella. Me refiero al día preciso-5 de marzo de 1985- en
que dejé mi viejo apartamento céntrico en Montevideo y subí al coche de unos
amigos que me iba a llevar, definitivamente… a vivir en Bs As (“El discurso
vacío:66)
Sin duda uno
de los conflictos más relevantes del siglo pasado y el consecutivo sería el de
la incapacidad de tener y transmitir experiencias. Levrero , quizás ,esté muy
bien entrenado interiormente para exorcizar esas experiencias, pero como el
olvido opera según Freud, como un mecanismo inconsciente para borrar esas
experiencias vivenciales que resultaron dolorosas, Varlotta por la misma vía,
buscará trozos de sí apelando a las imágenes dispersas para situarse en un
presente construido en base a un pasado que lo observa como lejano y distante.
Giorgio
Agamben ilustra adecuadamente el proyecto experiencial en el cual Levrero
inscribe sus obras: La experiencia si se
encuentra espontáneamente se llama “caso” si es expresamente buscada toma el
nombre de “experimento”. Pero la experiencia común no es más que una escoba
rota, un proceder a tientas como quien de noche fuera merodeando aquí y allá
con la esperanza de acertar el camino justo (Agamben, 2003:13)
En Diario de un canalla las experiencias
“luminosas” quieren extirparse pero no pueden expresarse: Veo que me dejé llevar por la fuerza reprimida y me puse a escribir un
material ideológico, en lugar de enfrentar la necesidad de contar lo mío ¿Por
qué no puedo escribir ni pensar, acerca de aquello? ¿No pasó, acaso, el tiempo
suficiente? Sí, pasó (Levrero: 21)
Al devenir de
las anteriores reflexiones vamos a dar otra definición etimológica de la
experiencia. Ella puede ser considerada como “un provenir de” y un “ir a través
de” un aspecto de la conciencia dialéctica que se ve intacta en el proceso
global de su calvario (Agamben: 42) Me
distraigo permanentemente en mil otras direcciones, tal vez, pienso, por la
acumulación de experiencias negativas que uno va recogiendo día a día y que
terminan por abrumarlo. Sumergido en la lucha por la sub existencia me lleno de
temores, compromisos, urgencias y mi vida pasa a ser dirigida por algún
minúsculo centro cerebral.. Mezquino, ciego por las dimensiones espirituales
(Levrero: 41)
La
experiencia, entonces es algo que se puede hacer y nunca tener. Mario, Jorge,
Levrero o Varlotta es la multiplicidad de narradores-personajes con diferentes
pero únicas vivencias inenarrables pero no por la falta de destreza al
comunicarlas sino por el dolor que éstas generan.
Paul Ricoeur
despliega que la conexión de vida se convierte en una historia contada que se
apropia de los personajes y configura la noción de persona avalando la de un
personaje que, mediante su accionar, interviene en el curso de las cosas
produciendo cambios en el mismo: El
personaje es el soporte de predicados físicos y psíquicos, pues sus acciones
pueden ser objeto de descripciones comporta mentales y de cálculos de
intenciones y motivos. El personaje de la novela ilustra perfectamente la
equivalencia de esta doble lectura mediante la observación y la introspección
de lo psíquico (Ricoeur, 1999:224)
Levrero es un
maestro de la mirada crítica subjetiva:
Pero me parece prudente retomar la historia del perro y del gato, pues todavía
no estoy en condiciones de meterme en profundidad en estos dolorosos temas de
mi pasado, especialmente si se piensa que la “psicosis voluntaria”, con el
correr de los meses…. Fue haciéndose no tan voluntaria. Tampoco estoy seguro de
que estos contenidos del discurso sean los contenidos reales; es posible que
todavía se enmascaren muchas otras cosas (El discurso vacío: 72)
La
experiencia Varlotta es entonces el ir y venir a “través de” los acontecimientos
subjetivos ocultos que todavía están por hacerse a través de la experiencia
narrativa recuperadas en el provenir de lo vivido en Montevideo, Buenos Aires,
Burdeos y en el quirófano cuando le extirparon un tumor vesicular maligno.
Vivencias in situ de lo experiencial olvidado por traumático y doloroso pero
recuperado en la prosa intimista.
Bibliografía
v Agamben, Giorgio (2003): Infancia e historia. Bs As. Adriana
Hidalgo
v Jay, Martin (2009): Cantos de Experiencia. Bs As Paidós
v Levrero, Mario (2011) : El discurso vacío. Bs As Mondadori
v Levrero, Mario (2013: Diario de un canalla, Burdeos,1972. Bs
As. Mondadori
v Ricouer, Paul (1999): Historia y narratividad. Barcelona,Paidós.
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