jueves, 4 de diciembre de 2014

"Epístolas I: entre el deseo "

Amigo de una noche:

Resultó como algo mágica la noche con luna en cuarto y sin estrellas, conversando cuasi confidencias con alguien con quien jamás antes habías conocido y por ende compartido absolutamente nada... 
Es entre mágico y platónico poder hablar en ese marco del clítoris y de las aventuras y desventuras del marqués (que si sos observadora habrás notado que no hace ninguna alusión al tema: su compulsión es la penetración por todos los espacios posibles y su erotismo es excluyentemente falocrático, precisamente de ahí lo del sadismo...)
y en fin, que me gustó y procuro por este medio alimentar la fantasía. un beso del amigo de una noche de Uruguay...


Amiga de una noche:

Estaría bueno que pudiésemos charlar mejor en tierra firme.....
Tenías razón en el final de "Filosofía en el tocador" la perviertieron a la madre de Eugenia. Ahora estoy con George Bataille  y su libro"El erotismo". Me gustaría compartir con vos estas lecturas que realizo.


Amigo de una noche:

Comparto el deseo -vaya palabrita- de continuar las conversaciones en tierra -lo de firme no es más que un propósito, que como toda hipótesis queda sujeta a verificación empírica... (¡vio lo que es la ciencia!)
Algunas reflexiones:
Tal vez lo más jugoso de la Filosofía del Tocador -y por eso supongo tan vilipendiado en su momento- son los aportes sociológicos que hace el marqués acerca de la Santa Madre Iglesia y la hipocresía de la moral reinante. No se priva de nada y me imagino que eso le habrá ganado enemigos poderosos a granel.
Hace otra reflexión que me llamó la atención. Sugiere que el orificio humano más propio para el placer fálico es el ano/recto, dada su redondez más acorde a la forma del pene, lo que permite un contacto mucho más pleno. La vagina en cambio, "concebida" para el parto, tiene esa forma de caño estirado en sus extremos -propia de la función procreadora-. ¿qué opinás vos? Fijate un poco el relato de Cortázar al respecto, en "El Libro de Manuel" que andaba conmigo la noche de Uruguay y terminé de releer en estos días: 


"...Rechacé la sábana y la obligué a tenderse poco a poco de lado, besándole los senos, buscándole la boca que murmuraba palabras sueltas y quejidos de entresueño, la lengua hasta lo más hondo mezclando salivas en las que el coñac había dejado un lejano sabor, un perfume que también venía de su pelo en el que se perdían mis manos, tirándole hacia atrás la cabeza pelirroja, haciéndole sentir mi fuerza, y cuando se quedó quieta, como resignada, resbalé contra ella y una vez más la tendí boca abajo, acaricié su espalda blanquísima, las nalgas pequeñas y apretadas, las corvas juntas, los tobillos con su rugosidad de tanto zapato, viajé por sus hombros y sus axilas en una lenta exploración de la lengua y los labios mientras mis dedos le envolvían los senos, los moldeaban y despertaban, la oí murmurar un quejido en el que no había dolor pero una vez más vergüenza y miedo porque ya debía sospechar lo que iba a hacerle, mi boca bajaba por su espalda, se abría paso entre la doble piel suavísima y secreta, mi lengua se adelantaba hacia la profundidad que se retraía y apretaba hurtándose a mi deseo. Oh no, no, así no, le oí repetir, no quiero así, por favor, por favor, sintiendo mi pierna que le ceñía los muslos, liberando las manos para apartarle las nalgas y ver de lleno el trigo oscuro, el diminuto botón dorado que se apretaba, venciendo la fuerza de los músculos que resistían. Su neceser estaba al borde de la mesa de noche, busqué a tientas el tubo de crema facial y ella oyó y volvió a negarse, tratando de zafar las piernas, se arqueó infantilmente cuando sintió el tubo en las nalgas, se contrajo mientras repetía no, no, así no, por favor así no, infantilmente así no, no quiero que me hagas eso, me va a doler, no quiero, no quiero, mientras yo volvía a abrirle las nalgas con las manos libres y me enderezaba sobre ella, sentí a la vez su quejido y el calor de su piel en mi sexo, la resistencia resbalosa y precaria de ese culito en el que nadie me impediría entrar, aparté las piernas para sujetarla mejor, apoyándole la manos en la espalda, doblándome lentamente sobre ella que se quejaba y se retorcía sin poder zafarse de mi peso, y su propio movimiento convulsivo me impulsó hacia adentro para vencer la primera resistencia, franquear el borde del guante sedoso e hirviente en el que cada avance era una nueva súplica, porque ahora las apariencias cedían a un dolor real y fugitivo que no merecía lástima, y su contracción multiplicaba una voluntad de no ceder, de no abjurar, de responder a cada sacudida cómplice (porque eso creo que ella lo sabía) con un nuevo avance hasta sentir que llegaba al término como también su dolor y su vergüenza alcanzaban su término y algo nuevo nacía en su llanto, el descubrimiento de que no era insoportable, que no la estaba violando aunque se negara y suplicara, que mi placer tenía un límite ahí donde empezaba el suyo y precisamente por eso la obstinación en negármelo, en rabiosamente arrancarse de mí y desmentir lo que estaba sintiendo, la culpa, mamá, tanta hostia, tanta ortodoxia. Caído sobre ella, pesando con todo mi peso para que me sintiera hasta lo más hondo, la anudé otra vez las manos en los senos, le mordí el pelo en la base del cuello para obligarla a estarse inmóvil aunque su espalda y su grupa temblaban acariciándome contra su voluntad y se removían bajo un dolor quemante que se volvía reiteración del quejido ya empapado de admisión, y al final cuando empecé a retirarme y a volver a entrar, apartándome apenas para sumirme otra vez, poseyéndola más y más mientras la oía decir que la lastimaba, que la violaba, que la estaba destrozando, que no podía, que me saliera, que por favor se la sacara, que por favor un poco, un momento solamente, que le hacía tanto mal, que por favor, que le ardía, que era horrible, que no podía más, que la estaba lastimando, por favor querido, por favor ahora, ahora, hasta que me acostumbre, querido, por favor un poco, sácamela por favor, te pido, me duele tanto, y su quejido diferente cuando me sintió vaciarme en ella, un nacimiento incontenible de placer, un estremecerse en el que toda ella, vagina y boca y piernas duplicaban el espasmo con que la traspasé y la empalé hasta el límite, sus nalgas apretadas contra mis ingles, tan unido a ella que toda su piel era mi piel, un mismo desplomarse en la llamarada verde de ojos cerrados y confundido pelo y piernas enredadas y el venir de la sombra resbalando como resbalaban nuestros cuerpos en un confuso ovillo de caricias y de quejas, toda palabra abolida en el murmullo de ese desligamiento que nos libera y devolvía al individuo, a comprender otra vez que esa mano era su mano y que mi boca buscaba la suya para llamarla a la conciliación, a una salada zona de encuentro balbuceante, de compartido sueño.



Y te hago una preguna personal que me contestarás cuando quieras: ¿cómo te ha ido a vos con la experiencia? ¿tuviste oportunidad...?

Dejemos a Sade. Sobre el tema clítoris me quedó rebotando una observación tuya, relativa a que a los hombres  habría que enseñarles de su existencia, de su importancia y de cómo funciona. Hay un libro de los años 90 de Kati Aleman:  "Erotica mente", que decía algo parecido: "hay hombres que necesitan un mapa" refiriéndose a la falta de conocimiento de la anatomía/sensibilidad femenina. Y otra vez: ¿cómo te ha ido a vos en ese aspecto? (como para sacar el erotismo de la filosofía y la literatura y traducirlo a experiencia personal, aunque sea en relato: es un buen ejercicio...)
Te acompaño también un fragmento de El Anatomista, de F.Andhazi, que escribió un montón de páginas contando cómo Occidente descubrió, casi al mismo tiempo que el continente americano, esa terra incógnita del placer femenino:

PARTE UNDÉCIMA
De la existencia de un órgano femenino al que he llamado Amor Veneris, que es comparable al alma masculina

Lo que quiero deciros es que existe en el cuerpo de la mujer un órgano que ejerce funciones análogas a las del alma en los hombres, pero cuya naturaleza es completamente diferente, ya que depende únicamente del cuerpo.

Este órgano es, principalmente, la sede del deleite en las mujeres. Esta protuberancia que surge del útero cerca de la abertura que se llama boca de matriz es el origen y el fin de todas las acciones destinadas al placer sexual. Cuando tienen actividad sexual, no sólo cuando se frota vigorosamente con una verga, sino también si se toca con un dedo, el semen 1 fluye de aquí para allá más rápido que el aire a causa del placer, incluso sin que ellas lo quieran. Si se toca esa parte del útero cuando las mujeres tienen apetencia sexual y están muy excitadas, como con frenesí e incitadas al placer y con apetencia de un hombre, se descubre que es un poco más duro y oblongo, hasta el punto de que parece una especie de miembro masculino -sobre este punto habré de ocuparme puntualmente más adelante-. Por tanto, como nadie ha discernido esta protuberancia ni su uso, si es permisible poner nombre a las cosas por mí descubiertas, que sea llamada Amor Veneris 1 .

Y os afirmo en forma categórica que es en este órgano donde se originan todas las acciones de la mujer y todos los procederes que pudieran semejarse a las pasiones masculinas. Quiero deciros que la mujer se halla gobernada por la influencia del Amor Veneris y que todas sus acciones, desde las más nobles hasta las más repugnantes, desde las más dignas y honrosas hasta las más viles y despreciables, no encuentran más fuente que el órgano que os he mencionado. Desde la más promiscua prostituta hasta la más fiel y casta esposa, desde la más devota y consagrada religiosa hasta la que practica brujería, todas las mujeres, sin distinción, son objeto del arbitrio de esta parte anatómica.


Bien,un abrazo de año nuevo.











                     
    

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