El amor
cortés trovadoresco fue el sustrato fundamental de la poesía castellana en
el siglo pre-renacentista de las letras castellanas.
Generalmente el amor cortesano era el amor del culto a
la mujer. Empezaba asignando al amante el papel de humilde vasallo y a la amada
el de soberana (obedeciendo al esquema feudal de la época). El amor cortés era
un tipo especial de amor divorciado de la posesión física, basado en el deseo
de alcanzarla, practicado por gente de categoría y considerado como fuente de
toda virtud y bien. Sus características principales eran: el poder ennoblecedor
del amor, la superioridad de la dama y la concepción del amor como un deseo
insaciado y siempre creciente.[1]
Vemos en “La Celestina” algunos pasajes que nos
anticipan la característica de la superioridad de la dama y su exaltación por
el caballero enamorado, por ejemplo: la belleza de Melibea que lo subyuga a
Calixto por su magnanimidad. Melibea era superior sobre toda comparación y
proporción; Calixto se confiesa: “Melibea es mi señora, Melibea es mi Dios,
Melibea es mi vida: yo su cautivo, yo su siervo”.
En el “Libro del buen amor” el archipieste en sus andanzas amorosas
describía a algunas damas alabándolas por sus virtudes intelectuales, por
ejemplo: una de esas damas tenían “La mente esclarecida” y “Sutil
y muy letrada, aguda y entendida”. La belleza física era también muy
apreciada junto con las virtudes corteses (rubia, esbelta, ojos grandes, hermosos
expresivos y lucientes y con largas pestañas 432-44). En resumen las
muchas cualidades y virtudes de la dama hacían de ella también un ser superior
al enamorado sobre todo
cuando el galán tenía pocos recursos económicos, como el Archipieste de Hita, y que pecaba de falta de higiene, indecisión y atildamiento.
El esquema básico de las
relaciones amorosas del trovadorismo en el siglo XII era el siguiente: un joven
soltero se enamoraba de una dama casada a quién cortejaba en secreto. La dama
bellísima distante y de más alto rango social aceptaba o desdeñaba los
servicios del joven trovador que se sometía a ella como un vasallo ante su
señor feudal. El trovador podía presentarse a la dama como tímido (fenhedor) suplicante (pregador) enamorado (entendedor) o como amante aceptado (drutz) puesto que la dama era casada, la vía matrimonial estaba cerrada
desde el principio, lo que convertía a este amor refinado en amor adúltero.
Tengamos en cuenta que
la edad media oscilaba entre el vituperio ascético y el elogio cortesano de la
mujer, pero esta concepción vislumbraba y sacaba a relucir el pecado de la
lujuria y la infidelidad inconcebible para una sociedad religiosa y
conservadora como fue la edad media. Si para el trovador del siglo XII era el
beso gracia ennoblecedora, en las leys d’
amor de mediados del siglo XIV, podía ser cosa deshonesta y ocasión de
pecado. El mismo amor que los poetas habían enaltecido como fuente de nobleza y
virtud será considerado libertino y pecaminoso hacia fines del siglo XIII [3].
Efectivamente a finales
de este siglo, este amor será considerado pecaminoso y por ello censurado en lo
que afectaba a la moral: la mujer cortejada será doncella en vez de casada y el
cortejo conducirá al matrimonio en vez de ser preámbulo de una relación sexual
adúltera.[4]
Este esquema no se
cumplirá taxativamente en la obra de Rojas, ya que los enamorados se
convertirán solo en amantes y se sumergirán, Melibea y Calixto, en los más
hondos placeres mundanos y el cortejo no conducirá al matrimonio por lo tanto
su relación no será adúltera porque no habrá terceros ni desembocará en la
unión matrimonial.
Como bien dice Ferraresi
Alicia “ La literatura erótica en el siglo XV tendrá
como característica la libre pasión del amante despojado de toda moral y guiado
por su libre albedrío”. En cambio para Juan Ruíz el amor y la pasión deja
preso al amor bueno o verdadero. En el Archipieste de Hita el matrimonio no
será el fin último que tenía como objetivo el amor cortés, sino será una puerta
de entrada, por ejemplo, para acceder al placer erótico de su enamorada Doña Endrina, sin
embargo el matrimonio será algo ansiado para él para así poder casar a una viuda
rica. El interés amoroso sesgado por la materialidad económica y su provecho
de que lograse aventajarle se observó tan vigente como en la actualidad. Aquí vemos
como “El amor cortés abría la puerta a la aventura del amor en libertad, sin
ataduras sociales ni morales y representaba un sistema complementario y , en
cierto modo compensatorio de los deberes conyugales” (Rodado Ruiz:2000:19).
Hay que destacar que
tanto Rojas como Juan Ruíz de forma didáctica e instructiva quisieron con estas
obras moralizar a una sociedad descarriada acerca de los males que acarreaba
someterse a un amor apasionado sin límites guiados solamente por el impulso
humano.
Juan Ruíz en su libro “El buen amor”, en su introducción sigue
el método del sermón, sitúa el tema tal y como anuncia el título es el “Buen
amor” al que opone el amor loco de este mundo por que el ser humano “peca en su flaca condición humana” y
poco después añade: “El buen amor es el
de Dios”. Esta primera acepción sitúa al “buen amor” dentro del amor de Dios.
Alicia de Ferraresi considera que este amor es maligno, opuesto al amor de
Dios: “No es este amor que ennoblece
haciéndolo bueno y virtuoso, la esencia de este amor es la mentira; y bien claro lo dice el poeta: “Una tacha de fallo al amor poderoso… es
esta: que el amor siempre fabla mentiroso (161)
(Ferraresi 1976:166). Su intención se muestra clara: instruir sobre el
“buen amor” y sobre todo el “mal amor”.
El amor loco de “La Celestina” es un amor que enajena,
enloquece y no tiene más salida que la muerte el “exemplum” y “moralidad” es
que los pecadores mueren como Melibea y además sin confesión y en pecado
mortal: el pecado de fomentar y satisfacer un intenso amor cortés sin sentido
de responsabilidades. Amor y muerte son los dos extremos de una desmedida
sensualidad que presta al tema del amor durante el siglo XV.
Bajo este panorama
didáctico -moralizante y en una época marcada por el amor a Dios y en donde la
doctrina de la Iglesia católica, uno de los principales poderes latifundistas
de la época, difundió la filosofía estoica y la renuncia a los placeres
terrenales recibiría como recompensa la gloria eterna, fue preciso relacionar
el amor cortés con el concepto elaborado por los grandes pensadores cristianos,
en ellos no sólo se refleja la citada alienación del amante en el amado, sino
también la idea de que todo amor humano es un amor a Dios que se ignora.
Al adoptar la
terminología y la mitología del cristianismo, el amor se codifica, se convierte
en rito lo que se llamó cortesía. El amor profano se va a constituir, pues, no
en una religión alternativa, sino en una definida forma de vida secular
atractiva que en el ámbito de la cultura erudita de fines de la edad media
suplanta al cristianismo como fuente de inspiración ética y estética.[6]
[1] Rodado Ruiz Ana , M (2000)
“Fundamentos del amor cortés” en Tristura
conmigo va .Ediciones de la
Universidad de Castilla la Mancha pág 16.
[2] (Rodado Ruíz , 2000:16)
[3] De Ferraresi, Alicia “La ambigüedad del Buen amor” en historia y crítica de la literatura española
tomo I Crítica pág 236.
[4] Salinero Cascante M. Jesús “Amor courtis y amor discourtis” en el libro del buen amor del Archipieste de
Hita Universidad de la Rioja España
monografía provista por www.biblioteca.org.ar pág 86.
[5] Gerli Michel “La religión del amor y el antifeminismo en las
letras castellanas del siglo xv” en hispanic
rewier, Vol 49 pág 1.
[6] Maravall José Antonio: “Mundanización y secularización: el placer
de la vida, la doctrina del amor, la experiencia de la muerte” en El mundo social de la Celestina provisto
por www.biblioteca.org.ar capítulo
VIII.
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