Mujeres calificadas de vida airada,
“misioneras del amor”, nómades sexuales. Las quitanderas, otrora vendedoras de pasteles y fritanga, hicieron de
su profesión una búsqueda inconsciente del amor, a partir de ella descubrieron su sexualidad precoz y además ha sido una salida a la miseria
en la cual se encontraban.
Estas mujeres se unieron al tropel
peligroso para los hombres : “¡Tantas mujeres juntas no pueden hacer nada bueno!” (pág.20)
Pero empecemos por dos definiciones
para ir deduciendo el perfil sexual de las quitanderas.
La prostitución a la que denominaré clásica
considera a la prostituta como una profesional que ejerce el oficio debido a la
remuneración monetaria que conlleva excluyendo el placer de la trabajadora
sexual. Chaves, un cliente de una quitandera, le interroga
luego de concluido el acto sexual: “-¿No
te cansas de esta vida? Volvió a interrogar Chaves… -¡Claro que me canso!- ¡Si
por los menos sacásemos algunos pesos!- Pero el negocio del circo es un
desastre. Se nos escaparon dos pruebistas con toda la plata que hicimos en la
ciudad”
Aquí Clorinda da testimonio del
agotamiento de la vida libidinosa pero no le queda otra alternativa para escapar a la situación económica deplorable en la que se ve subsumida.
La segunda definición considera a la
mujer como una practicante del sexo libre con alternancia de compañeros
sexuales variados y una implicancia tal que incluye el propio placer. A esta
clase de prostituta me animo a llamarla visionaria y precursora de los movimientos feministas que se vendrían años más tarde En la
novela hay varios ejemplos de sexualidad por goce femenino y no exclusivamente
falocéntrico. Las quitanderas
practicaban el sexo por placer; aquí radicaba el foco central de la transgresión.
Uno de los pasajes que resume este párrafo es
el siguiente: “En la toldería, el
entusiasmo continuaba, Secundina y la bruja Rita hacían rollitos con la plata.
Después iban los supuestos billetes bajo la media o el corpiño. Entraban y
salían los paisanos. Algunos alejados de las carpas, fuera de la vista de la
mandamás, en el pasto cumplían con el deseo. Había también pasteleras
desinteresadas que tenían sus simpatías y preferencias para tirarse entre los yuyos”
(pág.34)
George Bataille en su libro “El erotismo” nos dice que una mujer
puede ser el objeto de deseo de un hombre (lo más frecuente) pero éste
puede serlo para la mujer.
En el capítulo VII una china llamada
Tomasa arde de deseo al ver a su patrón, Don Cipriano, desde la ventana de su
alcoba en el momento en que ella hacía el amor con otro:”Tomasa quería ver pasar a Don Cipriano, un hombre hermoso, pero frío
e indiferente con las mujeres. Tomasa quería verlo pasar, quería darse el gusto
de verlo pasar, arrogante, con paso firme mientras ella tenía a Maneco en la
cama, con las bombachas caídas” (pág.60). Tomasa volcaba el deseo
material que no lo obtenía de su
patrón; pero derramaba ardor en el hombre que tenía en su cama: “Tomasa
se mostraba dócil al muchacho le levantaba las faldas, le acariciaba los
muslos, la besaba a su gusto (…) Tomasa habría dado su vida por tenerlo cerca
en aquella aplastante siesta con toda la modorra de la hora, con toda la
molicie del instante encendidas por las caricias del instante” (pág.62)
En el capítulo XII la iniciática y
virgen Florita, doncella de tan solo trece años iba a ser comprada
obligadamente por la mandamás a Don Caseros, un estanciero millonario. Querían
deshacerse de ella a causa de su nula experiencia y por el temor de que quedara
encinta y que, finalmente, ellos se tuvieran que hacer cargo de ambas criaturas.
De esta manera, el cuerpo de Florita
es tomado como un objeto; presentando la relación de la persona con el cuerpo
en los términos del poseer[1]:”-¡Es un cachito sin tocar! ¡No le vi a proporcionar una porquería”. Además el cuerpo de la niña es
garantizado al patrón, por parte de la madama, como un “instrumento” de
eficacia para la acción y la producción.
Florita experimentó una de las formas
primarias de la sexualidad al sentir, sin
ningún tipo de pulsión, la mano en los pechos
de su “comprador”:”La tomó de las
manos como la chica se las llevase, medrosa, a la proximidad de los senos,
aprovechó aquel acercamiento para acariciárselos con la punta de los dedos- ¿Te
gusta mocosa? Florita entregaba sus manos dócilmente al manipuleo sin sentido,
mientras fijaba sus ojos en el blanco pañuelo de seda que el hombre llevaba al
cuello” (pág.94)
Su cuerpo estaba prisionero y
sometido a un instrumento[2]
que solo llega a existir en la medida en que se la cargue o sature de poder. A
florita la convencían y preparaban para Don Caseros persuadiéndola de cuanto
ganaría y de lo bondadoso que iba a ser con ella si cumplía con la promesa de
ser suya, por tal motivo el hombre había adelantado una buena suma de dinero de
manera que la compra de la niña ya era un hecho.
Florita lloraba sin cesar, y quedaba
dormida en los brazos candentes y fogosos de Caseros. El hombre abandonó a
Florita.Provocar el sueño a una doncella sería la peor afrenta que se le
pudiera hacer a un hombre de las características de Caseros: rudo, vigoroso y
sobre todo con experiencia acumulada por los años que le aventajaba a Florita.
Finalmente la niña ha iniciado el
amor como Simone de Beavouir afirma en su libro El segundo sexo: “El caso más
favorable para una iniciación sexual es aquel en que, sin violencia ni
sorpresa, sin consigna fija ni plazo preciso, la joven aprende lentamente a
vencer su pudor, a familiarizarse con su compañero, a gustar sus
caricias”(pág.107). Florita se enamoró del joven Luciano y no necesitó de
la carreta ni de las propinas suyas como cliente; se entregó entera y salvaje: “Florita no fue a la carreta. Luciano no
necesitó recurrir al pedazo de vela. La mandamás tropezó con la pareja. Se
unieron entre pilas de cajones vacíos y latas de grasa. Se amaron bajo el cielo
estrellado. Más tarde cuando salió la luna, Florita pudo olvidar el tic.tac del
reloj y el pañuelo de seda que Don Caseros
llevaba al cuello. Juntó su boca al pescuezo desnudo del varón, para apagar
los ayes de gozo que le brotaban de la garganta” (pág. 99)
En el capítulo VIII un barco anclado
con siete tripulantes será el lugar de la orgía
sagrada. La orgía es el aspecto sagrado del erotismo, más allá de la
soledad alcanza su expresión máxima. La continuidad yel límite, están perdidos,
formando un conjunto difuso. La quitandera cuarentona, de anchas caderas y
dientes blancos ,se acostará con el capitán pero no dejará de imaginarse a los
otros tripulantes que aumentarán su deseo exigiendo en su mente la
participación de ellos en el acto sexual: “La
quitandera no podía sacarse la idea de los otros hombres, los tenía tan
presentes que le era imposible atender, como debiera al capitán. Aquellos cinco
hombres ¿Cómo eran? ¿Altos, bajos, negros, blancos? ¿Estarían dormidos o
escucharían las palabras de amor del capitán?” (pág. 69)
La “aphrodisia” griega que consiste en aquellos actos, gestos o
contactos que buscan cierta forma de placer se manifestó carnalizada: “Estaba ella acostada sobre las aguas con
seis hombres. Se había acostado con seis hombres a un tiempo, pues oía roncar a
uno, toser a otro, darse vuelta a un tercero. Olía a los seis hombres, a las
seis bocas envenenadas de tabaco” (pág.70)
Todos ellos signos anunciadores de un valor erótico viril y potente que
enceguecían a la mujer de placer viril y
orgiástico sin medida.
Otros capítulos de “La carreta” no escapan al amor o la
ternura en el mundo rural hostil, como la melancolía del tropero que no puede
olvidar a la finada, a pesar del consuelo amoroso que le ofrecía Clorinda, la
historia de amor de Chiquiño con Leopoldina y el “correntino” marica por no
aceptar el sexo sin amor y que luego recuperará su apodo por llorar el abandono
de una de las quitanderas.
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