jueves, 9 de mayo de 2013

"Sexualidad itinerante"



Mujeres calificadas de vida airada, “misioneras del amor”, nómades sexuales. Las quitanderas, otrora vendedoras de pasteles y fritanga, hicieron de su profesión una búsqueda inconsciente del amor, a partir de ella  descubrieron su  sexualidad  precoz y además ha sido una salida a la miseria en la cual se encontraban.


Estas mujeres se unieron al tropel peligroso para los hombres : “¡Tantas mujeres juntas no pueden hacer nada bueno!” (pág.20)


Pero empecemos por dos definiciones para ir deduciendo el perfil sexual de las quitanderas. La prostitución a la que denominaré clásica considera a la prostituta como una profesional que ejerce el oficio debido a la remuneración monetaria que conlleva excluyendo el placer de la trabajadora sexual. Chaves, un cliente de una  quitandera, le interroga luego de concluido el acto sexual: “-¿No te cansas de esta vida? Volvió a interrogar Chaves… -¡Claro que me canso!- ¡Si por los menos sacásemos algunos pesos!- Pero el negocio del circo es un desastre. Se nos escaparon dos pruebistas con toda la plata que hicimos en la ciudad”


Aquí Clorinda da testimonio del agotamiento de la vida libidinosa pero no le queda otra alternativa para  escapar a la situación económica deplorable en la que se ve subsumida.


La segunda definición considera a la mujer como una practicante del sexo libre con alternancia de compañeros sexuales variados y una implicancia tal que incluye el propio placer. A esta clase de prostituta me animo a llamarla visionaria  y precursora de los movimientos feministas que se vendrían años más tarde En la novela hay varios ejemplos de sexualidad por goce femenino y no exclusivamente falocéntrico. Las  quitanderas practicaban el sexo por placer; aquí radicaba el foco central de  la transgresión.


 Uno de los pasajes que resume este párrafo es el siguiente: “En la toldería, el entusiasmo continuaba, Secundina y la bruja Rita hacían rollitos con la plata. Después iban los supuestos billetes bajo la media o el corpiño. Entraban y salían los paisanos. Algunos alejados de las carpas, fuera de la vista de la mandamás, en el pasto cumplían con el deseo. Había también pasteleras desinteresadas que tenían sus simpatías y preferencias para tirarse entre los yuyos” (pág.34)


George Bataille en su libro “El erotismo” nos dice que una mujer puede ser el objeto de deseo de un hombre (lo más frecuente) pero éste puede serlo para la mujer.


En el capítulo VII una china llamada Tomasa arde de deseo al ver a su patrón, Don Cipriano, desde la ventana de su alcoba en el momento en que ella hacía el amor con otro:”Tomasa quería ver pasar a Don Cipriano, un hombre hermoso, pero frío e indiferente con las mujeres. Tomasa quería verlo pasar, quería darse el gusto de verlo pasar, arrogante, con paso firme mientras ella tenía a Maneco en la cama, con las bombachas caídas” (pág.60). Tomasa volcaba el deseo material  que no lo obtenía de su  patrón; pero derramaba ardor en el hombre que tenía en su cama: “Tomasa se mostraba dócil al muchacho le levantaba las faldas, le acariciaba los muslos, la besaba a su gusto (…) Tomasa habría dado su vida por tenerlo cerca en aquella aplastante siesta con toda la modorra de la hora, con toda la molicie del instante encendidas por las caricias del instante” (pág.62)


En el capítulo XII la iniciática y virgen Florita, doncella de tan solo trece años iba a ser comprada obligadamente por la mandamás a Don Caseros, un estanciero millonario. Querían deshacerse de ella a causa de su nula experiencia y  por el temor de que quedara encinta y que, finalmente, ellos se tuvieran que hacer cargo de ambas criaturas.


De esta manera, el cuerpo de Florita es tomado como un objeto; presentando la relación de la persona con el cuerpo en  los términos del poseer[1]:”-¡Es un cachito sin tocar! ¡No le vi a proporcionar una porquería”. Además el cuerpo de la niña es garantizado al patrón, por parte de la madama, como un “instrumento” de eficacia para la acción y la producción.


Florita experimentó una de las formas primarias de la sexualidad  al sentir, sin ningún tipo de pulsión, la mano en los pechos  de su “comprador”:”La tomó de las manos como la chica se las llevase, medrosa, a la proximidad de los senos, aprovechó aquel acercamiento para acariciárselos con la punta de los dedos- ¿Te gusta mocosa? Florita entregaba sus manos dócilmente al manipuleo sin sentido, mientras fijaba sus ojos en el blanco pañuelo de seda que el hombre llevaba al cuello” (pág.94)


Su cuerpo estaba prisionero y sometido a un instrumento[2] que solo llega a existir en la medida en que se la cargue o sature de poder. A florita la convencían y preparaban para Don Caseros persuadiéndola de cuanto ganaría y de lo bondadoso que iba a ser con ella si cumplía con la promesa de ser suya, por tal motivo el hombre había adelantado una buena suma de dinero de manera que la compra de la niña ya era un hecho.


Florita lloraba sin cesar, y quedaba dormida en los brazos candentes y fogosos de Caseros. El hombre abandonó a Florita.Provocar el sueño a una doncella sería la peor afrenta que se le pudiera hacer a un hombre de las características de Caseros: rudo, vigoroso y sobre todo con experiencia acumulada por los años que le aventajaba a Florita.


Finalmente la niña ha iniciado el amor como Simone de Beavouir afirma en su libro El segundo sexo: “El caso más favorable para una iniciación sexual es aquel en que, sin violencia ni sorpresa, sin consigna fija ni plazo preciso, la joven aprende lentamente a vencer su pudor, a familiarizarse con su compañero, a gustar sus caricias”(pág.107). Florita se enamoró del joven Luciano y no necesitó de la carreta ni de las propinas suyas como cliente; se entregó entera y salvaje: “Florita no fue a la carreta. Luciano no necesitó recurrir al pedazo de vela. La mandamás tropezó con la pareja. Se unieron entre pilas de cajones vacíos y latas de grasa. Se amaron bajo el cielo estrellado. Más tarde cuando salió la luna, Florita pudo olvidar el tic.tac del reloj y el pañuelo de seda que Don Caseros llevaba al cuello. Juntó su boca al pescuezo desnudo del varón, para apagar los ayes de gozo que le brotaban de la garganta” (pág. 99)


En el capítulo VIII un barco anclado con siete tripulantes será el lugar de la orgía sagrada. La orgía es el aspecto sagrado del erotismo, más allá de la soledad alcanza su expresión máxima. La continuidad yel límite, están perdidos, formando un conjunto difuso. La quitandera cuarentona, de anchas caderas y dientes blancos ,se acostará con el capitán pero no dejará de imaginarse a los otros tripulantes que aumentarán su deseo exigiendo en su mente la participación de ellos en el acto sexual: “La quitandera no podía sacarse la idea de los otros hombres, los tenía tan presentes que le era imposible atender, como debiera al capitán. Aquellos cinco hombres ¿Cómo eran? ¿Altos, bajos, negros, blancos? ¿Estarían dormidos o escucharían las palabras de amor del capitán?” (pág. 69)


La “aphrodisia” griega que consiste en aquellos actos, gestos o contactos que buscan cierta forma de placer se manifestó carnalizada: “Estaba ella acostada sobre las aguas con seis hombres. Se había acostado con seis hombres a un tiempo, pues oía roncar a uno, toser a otro, darse vuelta a un tercero. Olía a los seis hombres, a las seis bocas envenenadas de tabaco” (pág.70)  Todos ellos signos anunciadores de un valor erótico viril y potente que enceguecían  a la mujer de placer viril y orgiástico sin medida.


Otros capítulos de “La carreta” no escapan al amor o la ternura en el mundo rural hostil, como la melancolía del tropero que no puede olvidar a la finada, a pesar del consuelo amoroso que le ofrecía Clorinda, la historia de amor de Chiquiño con Leopoldina y el “correntino” marica por no aceptar el sexo sin amor y que luego recuperará su apodo por llorar el abandono de una de las quitanderas.



                                                     











[1] Matoso, Elina (compiladora) “El cuerpo in-cierto arte/cultura/sociedad. Letra Viva. Bs As 2003, pág. 39


[2] Butler, Judith: “Cuerpos que importan” Introducción y capítulo 1. pág. 17

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