En la Argentina del siglo XIX emergió
un grupo pos-generacional percusor de la revolución de 1810 conformado por
jóvenes románticos e idealistas que marcaron un hito histórico, político y
estético dentro del Río de la Plata pero captando ideas europeizantes para
proyectarlas dentro del territorio.
En
1825 Esteban Echeverría partió a Francia en viaje de exploración
cultural al lugar que condensaba todo lo que en esos años el Río de la Plata no
tenía (desierto o ausencia de instituciones, de tradición, de herencia cultural,
de carrera, de riqueza, de perspectivas de poder)[1].
El viaje de los intelectuales y la
perspectiva de retorno se nutrió fundamental para que puedan plasmar la
idiosincrasia extranjera en ideas, proyectos políticos y estéticos que luego se
iban a ver reflejados en las letras vernáculas. El sentido de no pertenencia
frente a la otredad territorial y cultural conllevó a un anhelo cuasi
revolucionario para emularlo paulatinamente en el Río de la Plata: La nada
desértica que promulgara Echeverría empezaba a producir y en consecuencia
devenir.
Para
la generación que comenzaba a surgir el viaje a Europa se convirtió en
un rodeo para volverse argentino, una vuelta a los orígenes románticos al
pasado nacional y al pueblo. Pasando por Europa y por el romanticismo ser
argentino debía dejar de ser una fatalidad, una determinación de la llanura par
volverse una tarea fundacional[2].
Pero ¿Cuál iba a ser esa generación y
que fundamentos sustentaban?
La generación del 37’ iba a ser esa
generación de jóvenes letrados porteños y provincianos que inspirados en una
amplia y heterogénea serie de autores y fuentes doctrinales entre las que se
destacaba el romanticismo social, promovieron una profunda renovación de la
vida pública rioplatense[3].
La propuesta de los del 37’ pretendía
reemplazar las orientaciones ideológicas y estéticas que habían prevalecido
desde el período revolucionario, juzgaban irremediablemente agotado el ciclo
vital e intelectual de la generación anterior, cuyos conflictos tuvieron por
desenlace el estrepitoso fracaso de los unitarios y la consolidación de una
confederación de provincias soberanas bajo la égida de la facción Rosista[4].
Esteban Echeverría como líder del
grupo, cuyas opiniones disentían con las del resto del grupo, proponía
replantearse la cuestión de la Revolución de Mayo. Él entendía que se trataba
de un proyecto incompleto, pues si bien, se había logrado la independencia y se
habían asentado algunos principios democráticos y republicanos, no había podido
erigirse un orden institucional que los cobijara. Se necesitaba empezar de
nuevo, descargarse de los errores del pasado, regenerar.
La crítica a la revolución tenía que
ser puesta en marcha, tenía que ser retomada pero sobre otro terreno : La espada tendría que ser reemplazada por la palabra,
de tal modo tendría que esclarecerse las causas del fracaso de sus mayores como
parte del proyecto regeneracionista: “Los
jóvenes prescindían de los padres y se situaban en el lugar de los abuelos para
conducir desde el curso de la historia y la literatura”[5].
Echeverría proclamaba entonces la
necesidad de una figura que recogiera lo mejor de todos los sistemas e ideas,
capaz de tomar lo que hiciera falta de Europa atento a los intereses y las
condiciones de su propia sociedad.
En esta arena movediza de debates
para la institucionalización, la literatura sería el principal discurso
emancipador donde llevar a cabo esta acción primordial de la regeneración del
37’.
[1] Rodriguez, F (2006) “Un desierto de ideas” en Las brújulas del extraviado. Para una
lectura integral de Esteban Echeverría pág 149, Bs As Beatriz Viterbo Editora.
[2] (Rodriguez 2006:150)
[3] Laera, A (2006) “Nada se obtiene sin dinero: pérdidas y ganancias
de un hombre de letras” en Las brújulas
del extraviado. Para una lectura integral de Esteban Echeverría, pág 206. Bs As
Beatriz Viterbo editora.
[4] (Laera 2006:206)
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