domingo, 3 de febrero de 2013

"Signos contingentes" (Pierce y Lotman)


En el centro del diagrama se encuentra la creencia que es necesaria para poder actuar en el mundo semiótico, incluso hasta los pertenecientes a la doctrina filosófica del nihilismo “creen” porque no creer en nada es también “creer” en “algo”.

Los signos permanentemente están cobrando significados y se pueden traducir en algunas sensaciones, concepciones u otras representaciones, por tal motivo las creencias son visiones que están lanzadas en el aquí y ahora en el mundo concreto debido a que el signo Peirciano no es psicológico sino que se encuentra en algo específico.

Las creencias son los conocimientos previos que traemos en nuestro ADN social heredados de una comunidad que nos refugió en su seno y que nos proveyó al nacer de herramientas culturales para iniciar el camino de nuestras representaciones colectivas para que, luego, con el tiempo  nos emancipemos de ellas y tomemos la bifurcación de nuestra individualidad de pensamiento.

De esta manera Peirce desbarata la lógica Cartesiana de la duda existencial ilustrada con la fórmula del: “Pienso, luego existo” para trasladarla al “Existo, luego pienso”, al despojarnos del escepticismo de los hechos inexplicables y místicos al decirnos que toda cognición está lógicamente determinada por cogniciones previas y que todo conocimiento del mundo interno se deriva de nuestro conocimiento de los hechos externos por razonamiento hipotético[1].

Uto, el pigmeo, desafía al Cartesianismo al indagarse situaciones que para él le son extrañas y constantemente busca el origen de todo lo que le rodea. Para él no existen circunstancias inexplicables y este es el móvil que lo lleva a interrogarse constantemente: “Vi a Joseph concentrado en su Dios… No me animé a preguntarle de qué hablaba y ese secreto que tiene con Dios lo vuelve misterioso para mí. También se vuelve misterioso para mí cuando veo cosas que antes nunca me había contado y no me dice cómo las aprendió ni quién se las enseñó” (pág. 234). Para Uto existen las creencias previas que una comunidad le ha concedido a un individuo particular; y ese deseo de inconformidad con los silencios de Joseph serán las reglas de la razón que lo conducirán al aprendizaje continuo hasta el momento en que esos aprendizajes no le sean necesarios, como veremos más adelante.

Vale aclarar que estas creencias (aquellos supuestos formadores de nuestro sentido común y otorgados por una comunidad determinada) se forman por hábitos de manera repetida, a través de la mímesis y por la interacción del hombre en sociedad.

 Uto al interactuar con la civilización aplica  hábitos, como algunos consejos útiles para la vida que le ha brindado su profesora de geografía  y los traduce a la educación de su mascota: “… Por ejemplo dijo que en relación a los hijos no es importante la cantidad de tiempo que se está con ellos, sino la calidad; yo apliqué ese consejo con mi gato: cuando estoy con él lo hago ejercitar en salto en alto, lo reviso cuidadosamente y le doy normas, para que perciba la diferencia entre que yo esté y no esté” (pág. 260).

El hábito es la fuerza generalizadora que posibilita la creación de todo lo que es. Ambos conceptos se relacionan y además no pueden existir sin el otro. Aquí vemos dos ejemplos claros en como la tensión entre hábito y creencia pugnan entre sí: “El alma quiere que se levanten todos a la misma hora, pero es imposible, porque el lagarto duerme quince horas y la tortuga seis meses por año” (pág. 230) “Estoy fascinado y contrariado a la vez, porque no avanzo todo lo que quiero. Joseph me enseñó a escribir. “El mono come cocos”, pero eso me produce cierta indignación: el mono no sólo come cocos, come hierbas, fruto colorado y hace mil cosas más que todavía no sé poner.”(pág. 231)

Las creencias y los hábitos están sometidos a contingencias definidas como aquello que no pudo haber sucedido pero aún así sucedió. El hombre puede modificar aquellos hábitos iterados y allí producir la diferencia. Uto emprende la acción de cazar debido al castigo del espíritu de tres maneras diferentes; siguiendo la continuidad del hábito pero haciéndolo de maneras diversas: La primera es haciendo una fosa que rellenamos con hojas, cuando el elefante pasa por ahí, pierde pie y cae. El elefante no mira para abajo cuando camina porque su deber es sostener aire; está atento al aire y de repente ¡zas!, cae con todo su peso. La segunda forma es cuando el elefante va por el camino del agua: vamos cuarenta de nosotros y lo esperamos escondidos detrás del matorral, nos subimos a lo más alto del árbol, caemos todos juntos sobre él y lo matamos a flechazos. La tercera manera de cazar es secreta” (pág. 225).

Estas contingencias de los hábitos y las creencias tienen su fundamento en la doctrina del fabilibismo que es aquella que sostiene que nuestro conocimiento nunca es absoluto, sino que siempre oscila, como si estuviera en un continuum de incertidumbre e indeterminación[2].

Uto destierra toda creencia y hábito y se pierde en una niebla de incertidumbre al no saber qué hacer con todos los conocimientos que había aprendido en la escuela y su indecisión está sujeta a la fabilibilidad,  porque lo que le parecía fiable y útil para su aprendizaje en un momento dado no le fue pertinente ante una situación de caos y crisis existencial, dándose cuenta que esos saberes eran incompletos y que no les eran oportunos para ese estado tan particular en el que se encontraba: “Y el libro de lectura, donde había aprendido tantas cosas que me habían parecido portentosas los tiré a todos al centro de la pieza para pisotearlos, pero empecé a patearlos hacia todos los rincones” (pág. 238).

Los hábitos generan leyes de continuidad-acción. Pero estas leyes se desarrollan desde el puro azar, irregularidad e indeterminación. Uto cumplía religiosamente con sus deberes escolares por lo tanto aplicaba el continuo hábito de estudiar con la función de abrir su abanico de posibilidades y despejar la incertidumbre que presentaba el extrañamiento de una cultura que no era la propia. Pero el azar hizo que todo el empeño y entusiasmo aprendido no le sirviese para nada: “Tanto empeño en aprender y en querer y después el olvido viene solo sin ningún esfuerzo” (pág. 277). Para Uto el olvido fue producto de la espontaneidad definida según Peirce como: “el carácter de no resultado de una ley aplicada a algún antecedente”[3]. El antecedente fue la educación el no resultado fue su hábito al no haber cumplido con sus expectativas en Komala: “Me siento aminorado y confundido al ver que, cuanto menos empeño pone una persona aquí en Komala para hacer algo más fácil se le da todo…. Lo único que podría decir en cuanto a mi tribu es que hacen lo que les parece mejor, lo que pueden y lo que creen con el poco mundo que conocen” (pág. 275).

La continuidad implica la infinitud de una experiencia directa pero ¿cuál es la prueba de que todo  lo que sucede en el mundo real es continuo? En definitiva por la evidencia de la memoria actual. Nosotros tenemos conocimientos inmediatos presentes, no del futuro y menos del pasado. El pasado nos es revelado por la memoria presente y el futuro también; y es por esto que no podemos alcanzar una conclusión del presente sino en el pasado. Uto trae su recuerdo del pasado aludiendo al presente: “Hoy la escuela y los maestros me parecen pertenecer a otra vida”  (pág. 277).

Las creencias se forman a partir de hábitos que una comunidad las cedió a un individuo en particular pero ambas (creencias y hábitos) pueden ser falibles (sujetas a contingencias positivas o negativas) sometidas a su vez a leyes de acción que nacen del azar o de la espontaneidad. Pero las creencias y los hábitos están atravesadas por un continuum indefinido a la búsqueda de signos que nos remitan a otros signos con el objetivo que tanto anhelaba Uto, el encuentro de la verdad, a menos que se cumpla la advertencia de Peirce al decir que “Todo pensamiento-signo encuentre la muerte en un final abrupto y definitivo”[4] y de esta manera el fabilibismo y la espontaneidad entran otra vez en acción.




[1]  Peirce (1988) “Algunas consecuencias de cuatro incapacidades” en El hombre un signo. Barcelona Crítica:90

[2] Peirce (1987): Fabilibismo, continuidad y evolución. En grupo de estudios peirceanos, Universidad de Navarra (www.unav.es)
[3] [3] Peirce (1987): Fabilibismo, continuidad y evolución. En grupo de estudios peirceanos, Universidad de Navarra (www.unav.es)

[4]   Peirce (1988) “Algunas consecuencias de cuatro incapacidades” en El hombre un signo. Barcelona Crítica:101


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