En el
centro del diagrama se encuentra la creencia
que es necesaria para poder actuar en el mundo semiótico, incluso hasta los
pertenecientes a la doctrina filosófica del nihilismo “creen” porque no creer
en nada es también “creer” en “algo”.
Los signos
permanentemente están cobrando significados y se pueden traducir en algunas sensaciones, concepciones u otras
representaciones, por tal motivo las creencias
son visiones que están lanzadas en el aquí y ahora en el mundo concreto debido
a que el signo Peirciano no es psicológico sino que se encuentra en algo
específico.
Las creencias son los conocimientos previos
que traemos en nuestro ADN social heredados de una comunidad que nos refugió en
su seno y que nos proveyó al nacer de herramientas culturales para iniciar el
camino de nuestras representaciones colectivas para que, luego, con el tiempo nos emancipemos de ellas y tomemos la
bifurcación de nuestra individualidad de pensamiento.
De esta
manera Peirce desbarata la lógica Cartesiana de la duda existencial ilustrada
con la fórmula del: “Pienso, luego existo”
para trasladarla al “Existo, luego
pienso”, al despojarnos del escepticismo de los hechos inexplicables y
místicos al decirnos que toda cognición está lógicamente determinada por
cogniciones previas y que todo conocimiento del mundo interno se deriva de
nuestro conocimiento de los hechos externos por razonamiento hipotético[1].
Uto, el
pigmeo, desafía al Cartesianismo al indagarse situaciones que para él le son
extrañas y constantemente busca el origen de todo lo que le rodea. Para él no
existen circunstancias inexplicables y este es el móvil que lo lleva a
interrogarse constantemente: “Vi a Joseph concentrado en su Dios… No me
animé a preguntarle de qué hablaba y ese secreto que tiene con Dios lo vuelve
misterioso para mí. También se vuelve misterioso para mí cuando veo cosas que
antes nunca me había contado y no me dice cómo las aprendió ni quién se las
enseñó” (pág. 234). Para Uto
existen las creencias previas que una comunidad le ha concedido a un individuo
particular; y ese deseo de inconformidad con los silencios de Joseph serán las
reglas de la razón que lo conducirán al aprendizaje continuo hasta el momento en que esos aprendizajes no le sean
necesarios, como veremos más adelante.
Vale
aclarar que estas creencias (aquellos
supuestos formadores de nuestro sentido común y otorgados por una comunidad
determinada) se forman por hábitos de
manera repetida, a través de la mímesis y por la interacción del hombre en
sociedad.
Uto al interactuar con la civilización
aplica hábitos, como algunos consejos
útiles para la vida que le ha brindado su profesora de geografía y los traduce
a la educación de su mascota: “… Por ejemplo dijo que en relación a los
hijos no es importante la cantidad de tiempo que se está con ellos, sino la
calidad; yo apliqué ese consejo con mi gato: cuando estoy con él lo hago
ejercitar en salto en alto, lo reviso cuidadosamente y le doy normas, para que
perciba la diferencia entre que yo esté y no esté” (pág. 260).
El hábito
es la fuerza generalizadora que posibilita la creación de todo lo que es. Ambos
conceptos se relacionan y además no pueden existir sin el otro. Aquí vemos dos
ejemplos claros en como la tensión entre hábito
y creencia pugnan entre sí: “El
alma quiere que se levanten todos a la misma hora, pero es imposible, porque el
lagarto duerme quince horas y la tortuga seis meses por año” (pág. 230) “Estoy fascinado y contrariado a la vez, porque no avanzo todo lo que
quiero. Joseph me enseñó a escribir. “El mono come cocos”, pero eso me produce
cierta indignación: el mono no sólo come cocos, come hierbas, fruto colorado y
hace mil cosas más que todavía no sé poner.”(pág. 231)
Las creencias y los hábitos están sometidos a contingencias definidas como aquello que no pudo haber sucedido pero aún
así sucedió. El hombre puede modificar aquellos hábitos iterados y allí
producir la diferencia. Uto emprende la acción de cazar debido al castigo del
espíritu de tres maneras diferentes; siguiendo la continuidad del hábito pero haciéndolo de maneras
diversas: “La primera es haciendo una fosa que rellenamos con hojas, cuando el
elefante pasa por ahí, pierde pie y cae. El elefante no mira para abajo cuando
camina porque su deber es sostener aire; está atento al aire y de repente
¡zas!, cae con todo su peso. La segunda forma es cuando el elefante va por el
camino del agua: vamos cuarenta de nosotros y lo esperamos escondidos detrás
del matorral, nos subimos a lo más alto del árbol, caemos todos juntos sobre él
y lo matamos a flechazos. La tercera manera de cazar es secreta” (pág. 225).
Estas
contingencias de los hábitos y las
creencias tienen su fundamento en la doctrina del fabilibismo que es aquella que sostiene que nuestro conocimiento
nunca es absoluto, sino que siempre oscila, como si estuviera en un continuum
de incertidumbre e indeterminación[2].
Uto
destierra toda creencia y hábito y se pierde en una niebla de
incertidumbre al no saber qué hacer con todos los conocimientos que había
aprendido en la escuela y su indecisión está sujeta a la fabilibilidad, porque lo que
le parecía fiable y útil para su aprendizaje en un momento dado no le fue
pertinente ante una situación de caos y crisis existencial, dándose cuenta que
esos saberes eran incompletos y que no les eran oportunos para ese estado tan
particular en el que se encontraba: “Y el libro de lectura, donde había
aprendido tantas cosas que me habían parecido portentosas los tiré a todos al
centro de la pieza para pisotearlos, pero empecé a patearlos hacia todos los
rincones” (pág. 238).
Los
hábitos generan leyes de continuidad-acción. Pero estas leyes se desarrollan desde el puro azar,
irregularidad e indeterminación. Uto cumplía religiosamente con sus deberes
escolares por lo tanto aplicaba el
continuo hábito de estudiar con la función de abrir su abanico de
posibilidades y despejar la incertidumbre que presentaba el extrañamiento de
una cultura que no era la propia. Pero el azar hizo que todo el empeño y
entusiasmo aprendido no le sirviese para nada: “Tanto empeño en aprender y en
querer y después el olvido viene solo sin ningún esfuerzo” (pág. 277). Para Uto el olvido fue
producto de la espontaneidad definida
según Peirce como: “el carácter de no resultado de una ley aplicada a algún
antecedente”[3].
El antecedente fue la educación el no resultado fue su hábito al no haber
cumplido con sus expectativas en Komala: “Me siento aminorado y confundido al ver
que, cuanto menos empeño pone una persona aquí en Komala para hacer algo más
fácil se le da todo…. Lo único que podría decir en cuanto a mi tribu es que
hacen lo que les parece mejor, lo que pueden y lo que creen con el poco mundo
que conocen” (pág. 275).
La continuidad implica la infinitud de una experiencia directa
pero ¿cuál es la prueba de que todo lo
que sucede en el mundo real es continuo?
En definitiva por la evidencia de la memoria actual. Nosotros tenemos
conocimientos inmediatos presentes, no del futuro y menos del pasado. El pasado
nos es revelado por la memoria presente y el futuro también; y es por esto que
no podemos alcanzar una conclusión del presente sino en el pasado. Uto trae su
recuerdo del pasado aludiendo al presente: “Hoy la escuela y los maestros me parecen
pertenecer a otra vida” (pág. 277).
Las creencias se forman a partir de hábitos que una comunidad las cedió a un individuo en particular pero ambas
(creencias y hábitos) pueden ser falibles
(sujetas a contingencias positivas o negativas) sometidas a su vez a leyes de acción que nacen del azar o de
la espontaneidad. Pero las creencias y
los hábitos están atravesadas por un continuum
indefinido a la búsqueda de signos que nos remitan a otros signos con el
objetivo que tanto anhelaba Uto, el encuentro de la verdad, a menos que se
cumpla la advertencia de Peirce al decir que “Todo pensamiento-signo encuentre la muerte en un final abrupto y
definitivo”[4]
y de esta manera el fabilibismo y la espontaneidad
entran otra vez en acción.
[1] Peirce (1988) “Algunas consecuencias de
cuatro incapacidades” en El hombre un
signo. Barcelona Crítica:90
[2] Peirce (1987): Fabilibismo, continuidad y evolución.
En grupo de estudios peirceanos, Universidad de Navarra (www.unav.es)
[3] [3] Peirce (1987): Fabilibismo, continuidad y evolución. En grupo de estudios
peirceanos, Universidad de Navarra (www.unav.es)
[4] Peirce (1988) “Algunas consecuencias
de cuatro incapacidades” en El hombre
un signo. Barcelona Crítica:101
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